Primera Lectura
Ya el Antiguo Testamento(1.ª lectura: Ecli 3, 17- 20,28-29) habla de su necesidad sea en las relaciones con Dios, sea en las relaciones con el prójimo. «Hazte pequeño en las grandezas humanas, y así alcanzarás el favor de Dios (ib18).La humildad no consiste en negar las propias cualidades sino en reconocer que son puro don de Dios; síguese de ahí que cuanto uno tiene más «grandezas humanas», o sea, es más rico en dotes, tanto más debe humillarse reconociendo que todo le ha sido dado por Dios. Hay luego «grandezas» puramente accidentales provenientes del grado social o del cargo que se ocupa; aunque nada añadan éstas al valor intrínseco de la persona, el hombre tiende a hacer de ellas un timbre de honor, un escabel sobre el que levantarse sobre los otros. «Hijo mío —amonesta la Escritura—, en tus asuntos procede con humildad, y te querrán» (ib 17). Como la humildad atrae a sí el amor, la soberbia lo espanta; los orgullosos son aborrecibles a todos. Si luego el hombre deja arraigar en sí la soberbia, ésta se hace en él como una segunda naturaleza, de modo que no se da ya cuenta de su malicia y se hace incapaz de enmienda.