Primera Lectura
Dios se ha acordado del «resto de Israel» que le ha permanecido fiel y él mismo se ha hecho su guía para la repatriación. Vuelven todos, hasta los lisiados y dolientes, hasta los «ciegos y cojos» (ib 8), porque cuando es Dios el que guía, los ciegos quedan iluminados y los cojos caminan sin dificultad. Es una bella figura de la conversión interior de las tinieblas y extravíos del pecado. Superada la ceguera espiritual y el continuo cojear entre el bien y el mal, el hombre, iluminado por la luz divina, puede proceder por el camino recto que lo conduce a Dios. Su retorno es gozoso, como el de Israel. «Los guiaré entre consuelos, los llevaré a torrentes de agua, por un camino llano en el que no tropezarán. Seré un padre para Israel» (ib 9). Así dice el Señor a su pueblo, y así a todo hombre que se convierte en él. Si los primeros pasos del retorno pueden ser penosos y difíciles, Dios, como padre amoroso, sale al encuentro de su criatura, la reconforta con el agua viva de la gracia, la sostiene en la lucha y le facilita el camino.