Evangelio
Perdonar siempre
¿Qué haces cuando alguien te hiere continuamente? ¿Qué haces cuando alguien te ha herido profundamente? Por medio del hábito o intención cruel, alguna gente crea una atmósfera de dolor que hace casi imposible la vida del cristiano. Por mucho que lo intentamos, el perdón parece deslizarse, el odio y la distancia emocional toman lugar. En estos tiempos quisiéramos gritar: “¡Señor!, realmente lo he intentado, o, ya he tenido suficiente!”
Pedro hizo a Jesús la misma pregunta. ¿Hasta qué punto es absurdo el perdón? Recuerda el origen del perdón, Jesús respondió, ¡recuerda el origen!
Mateo continua con el tema del perdón.
La semana pasada el enfoque era sobre la disciplina de la Iglesia y la reputación del pecador. Esta vez, Jesús urge a los cristianos –especialmente a los líderes de la comunidad –a perdonar al pecador incondicionalmente y a pesar del costo.
La escena se abrió cuando Pedro preguntó a Jesús cuantas veces un pecador tiene que ser perdonado. ¿Hasta siete veces? En la mente de los judíos de los tiempos de Jesús, el número “siete” representaba la plenitud y lo completo – ¿no fueron siete días que tomó la creación? Pedro debe haber pensado que el número siete era un buen número. Representaba una cantidad razonable de veces que la víctima podía perdonar al pecador. Después de siete veces, la situación habría superado las esperanzas. La exclusión del pecador parecía la mejor de las soluciones.
Jesús respondió con un juego de palabras alrededor del número siete –traducido como “siempre”. El término griego podía significar “setenta y siete” o “setenta veces siete”. En cualquier caso, representaba un número incontable de veces en los tiempos de la audiencia de Jesús. El punto de Jesús era bien claro, el perdón no era un asunto de gracia social o necesidad. El perdón era parte integral del estilo de vida del cristiano. Así como Dios perdonaba siempre al pecador, el pecador debía perdonar siempre a otros.
Perdonar siete veces o setenta y siete veces exige una explicación. Perdonar de todo corazón al que ha hecho el mal es un acto interior; siempre y con todos hay que liberarse del espíritu de venganza: “oren por los que los persiguen”. Hay también otro perdón en el que se restablecen las relaciones con el culpable, poniendo en ello toda la confianza que podamos después de tal experiencia; ese perdón sólo es posible si el otro ha reparado el daño hecho en la medida de sus posibilidades: Lucas 17,3. Si no se diera esto último, sería una abdicación frente al mal y una negación de la justicia.
Setenta y siete veces. Esto se contrapone a la sed de venganza expresada en Génesis 4,24.
¿Hay alguien en tu vida a quien se te hace difícil perdonar?
Se oye hablar diariamente del peso de odio y de rencores que los más diversos pueblos tienen acumulado unos contra otros, muchas veces debido a conflictos de religiones; el mundo necesita que le enseñen a perdonar. No sabemos perdonar porque no conocemos bien todo lo que Dios nos ha perdonado a nosotros y cuán grande es su misericordia.
18:24, 28. “diez mil monedas de oro…cien monedas” esto representaba una cantidad inmensa de dinero, mientras que cien monedas podía representar el salario de cien días. La comparación parece intencionalmente absurda.
18, 25: Puesto que bajo la Ley judía, un hombre y su mujer no podían ser vendidos en esclavitud por una deuda, Jesús usó un ejemplo de las costumbres griegas – observa la ironía de una parábola acerca de la misericordia de Dios cuando Dios es representado por un pagano. Vender el hombre, su familia, y sus posesiones nunca empezaría o terminaría de recuperar una deuda tan enorme.
18, 34: “…lo puso en manos de los verdugos hasta que pagara la deuda”. Puesto que la deuda era inmensa, la tortura sería interminable.
18, 35: Esta parábola es una caricatura, pero no por eso necesita comentarios. La única dificultad podría ser: Lo mismo hará mi Padre celestial con ustedes. ¿No es eso rebajar a Dios? No debemos olvidar los estrechos lazos que unen el mundo de la eternidad, del cual lo ignoramos todo, y el nuestro que conocemos tan mal. Jesús dice: Lo mismo hará con ustedes, para darse a entender, pero en realidad no es Dios quien castiga, somos nosotros los que hemos destruido voluntariamente algo irreparable.
El cuarto Discurso del Evangelio de Mateo finaliza con este deber del perdón. La Iglesia estuvo siempre muy lejos de ser santa como es su deber. Sin embargo nadie puede negar que haya sido en todo tiempo el lugar donde se enseñó la misericordia de Dios y donde los hombres aprendieron a perdonar.
Para colocar el perdón en contexto, Jesús contó una parábola sobre un rey que arregló las cuentas con sus funcionarios. Un funcionario debía una cantidad desconocida de dinero -10.000 monedas de oro, y suplicó clemencia cuando él no podía pagar la deuda. Perdonado por el rey misericordioso, el funcionario abandonó la corte sólo para amenazar a un compañero de trabajo por un importe de cien días salario –100 monedas. Cuando el rey se enteró de la falta la misericordia del oficial, condenó al funcionario a torturas en la cárcel.
Cualquier cristiano puede entender el simbolismo en la parábola. El rey era Dios el Padre. El funcionario ingrato era un mezquino cristiano viviendo en comunidad. Tal creyente exigió su "parte equivalente" y olvidó fácilmente el regalo que le dio Dios. Sin un sentido de la misericordia, tal cristiano deshonraba a la comunidad y no era mejor que el pecador reformado.
Sin embargo, los detalles en la parábola pintan la comparación en un contraste más claro que una ligera lectura revelaría. Por un lado, el compañero de trabajo debía el salario oficial de un tercio de año; pero el funcionario debía al rey un equivalente del producto interior bruto del Reino. Haciendo un cálculo académico, tardaría 164.000 años para repagar la deuda.
Para los contemporáneos de Jesús, el importe de la deuda del funcionario representaba más que dinero. La deuda refleja la gran confianza que el rey colocó en el funcionario. Un alto funcionario real actuaba como intermediario que conectaba a la familia real con las otras familias aristocráticas en el Reino. Actuaba con influencia política y financiera, hablando y gastando en nombre del rey.
Así, el funcionario pecó cuando él despilfarraba el dinero; pero cometió un pecado mayor cuando abusó de la confianza del rey depositada en él. El rey mostró su gran misericordia por restablecer la confianza en el funcionario. El rey borró la deuda, y el funcionario podía tener nuevamente confianza con la riqueza y el poder del rey.
¿Qué riqueza ha otorgado el Señor sobre nosotros? Nos dio la Buena Nueva que Cristo murió por nuestros pecados. Sin embargo, nos dio un regalo aún mayor cuando compartió vida divina con nosotros. Su espíritu vive en la raíz misma de nuestro ser. Este regalo vale mucho más que todo el oro del mundo podría comprar. ¡Qué grande es su confianza en nosotros!
Sin embargo, derrochamos este regalo tan fácilmente cuando nuestros corazones egoístas lo callan. Y, cuando nos damos cuenta de nuestros errores y volvemos a él, con qué facilidad nos perdona y renueva su vida en nosotros.
Al igual que el funcionario ante el rey, Dios renueva su confianza en nosotros con el mejor regalo de todos. Pero ¿nos deja nuestra mezquindad perdonar a nuestro prójimo como el oficial en la historia? Si nos negamos a perdonar a otros, incluso sus transgresiones más pequeños, ¿seremos mejores que los impenitentes? En el último día, ¿nos sorprendería si el Señor nos trata como nosotros tratamos a otros? La moraleja de la historia es clara.
Al igual que el Señor siempre nos perdona desde lo profundo de su corazón, nosotros también debemos perdonar a otros.
La conversión del bautizado
El perdón reside en el corazón del mensaje cristiano. Tal como Dios nos perdona, nosotros, pecadores, debemos perdonar a otros. Tener a Dios en nuestras vidas requiere darnos cuenta de nuestras faltas y perdonar las faltas de los otros. Tal como reza el Padre Nuestro: “perdona nuestras ofensas así como perdonamos a quienes nos ofenden”
Puesto que Dios siempre nos perdona, deberíamos volver siempre a él. Nuestra conversión, entonces, debe ser un proceso continuo y de toda la vida. Aún cuando Dios perdonó nuestros pecados en el Bautismo, nuestra fragilidad y debilidad de la naturaleza humana permanecen. Dios nos perdonó con agua, y siempre nos llama a estar cerca. Mientras que podemos fallar y caer, siempre oiremos su llamado. El siempre extiende sus manos para levantarnos de manera que podamos continuar nuestro caminar.
Nuestra conversión en el Bautismo marca la primera vez que declaramos nuestra conversión a Cristo. Aunque, hay una segunda conversión a la que Dios nos llama; una conversión continua tanto en el nivel individual como en la comunidad de creyentes. Todos tenemos que volver a Él y a cada uno de nuestros semejantes en amor. ¿Cuándo hemos perdonado suficientemente veces? Imagínate a Dios haciéndonos esa pregunta desde su perspectiva. No, no podemos concebir una pregunta como esa de su parte, al menos que nuestra fe muera; pero Dios es Dios. Él es siempre fiel, siempre perdona, Él nos lo mostró cuando su Hijo murió en la cruz.
Cuando Dios nos llama, Él lo hace para una conversión continua. Al igual que siempre recibimos perdón por nuestras faltas, deberíamos perdonar a otros por las suyas. La próxima vez que alguien nos lastime y rete nuestra paciencia, recordemos la fuente del perdón, recordemos el origen.
Haz una lista corta de la gente que encuentras difícil de perdonar. Ora para darte cuenta que Dios te ha perdonado, luego y sólo entonces ora para tener el poder de perdonarlos.